Por Pegaso
Después de mi vuelo vespertino veía yo algunos comentarios en medios electrónicos de comunicación donde los más acendrados antichairos piden, oran e imploran que la salud del Presidente de la República electo El Peje, sea tan endeble que lo obligue a renunciar en unos cuantos meses, aquejado de los más atroces dolores, hematomas, pruritos, sarpullidos o escoriaciones.
La más reciente prueba de su mala salud, argumentan, es el descanso de cuatro días que se está tomando en su rancho «La Chingada» tras la refriega electoral de la cual resultó triunfador.
Los anolistos políticos que escriben en los más importantes periódicos oficialistas del país lo dan por casi, casi un cadáver ambulante.
De acuerdo con los mismos, su estado de salud es grave a raíz del infarto que sufrió hace unos dos o tres años, además de los fuertes dolores que lo aquejan de la columna vertebral.
Para eso, dicen, contrató a un prestigioso pero caro neurólogo cubano que radica en Miami, de apellido Dolorit, quien viaja cada quince días a la Ciudad de México a darle un tratamiento contra el dolor.
Un columnista de El Financiero se pregunta si, una vez que sea Presidente, El Peje hará a un lado el especializado y costoso tratamiento para atenderse en el ISSSTE, como lo hacen el resto de los burócratas del país, en atención a la política de austeridad que implementará en cuanto llegue a Palacio Nacional.
Y hace una reflexión en el sentido de que el nuevo Jefe del Ejecutivo debe informar a sus futuros gobernados cuáles son las condiciones reales de salud por las que atraviesa y si podrá soportar todo el estrés que conlleva el gobernar un país tan complejo como México.
Hay otra polémica en relación con la seguridad personal del mandatario electo.
Si durante los últimos doce años que ha andado en campaña no ha necesitado guarros, aunque sí lo seguían por todos lados elementos del Estado Mayor y del CISEN para saber qué hacía y con quién se reunía, ahora es cuestión de seguridad nacional su integridad física.
Recién dijo que no necesitaría al Estado Mayor ni a ningún guarura para garantizar su seguridad, pero ya hay voces que le exigen que reconsidere, ya que no se trata sólo de un particular, sino del jefe de una nación.
Una tercera arista es su edad, que ya está muy betabel, para andar en esos trotes.
Sin embargo, conozco mandatarios que tienen más edad y gozan de una gran vitalidad.
Sin irnos más lejos, ahí está el orate que gobierna los Estados Unidos. Si es cierto el aforismo que dice, «Hierba mala nunca muere», pienso que El Trompas nos va a cafetear a todos nosotros antes que nosotros lo podamos ver a él en un estuche de madera.
Cruzando el charco, en el viejo continente, Vladimir Vladimirovich Putin es un consumado atleta, a sus 66 años de edad.
Se levanta a las cinco de la mañana, hace una sesión de entrenamiento de judo, porque es maestro en ese deporte marcial, monta a caballo y en osos, hace pesas y antes de dormir se echa tres seguiditos. (Nota de la Redacción: Aquí nuestro colaborador no incluyó explicación alguna de lo que quiso decir con «tres seguiditos»).
Como buen macho alfa, tiene como querida a una correteable gimasta olímpica retirada, 21 años más joven que él.
Así que, ¿cómo la ven? ¿Nos aguantará El Peje los seis años de su mandato o los malos augurios de los antichairos se harán realidad?
Por lo pronto nos quedamos con el refrán estilo Pegaso que dice así: «¿Añoso?¡Los accidentes orográficos!» (¿Viejo? ¡Los cerros!).